lunes, 15 de noviembre de 2010

El pez que se muerde la cola

Las ruedas de prensa siguen siendo el cáncer del fútbol (y del periodismo deportivo). Hace tiempo que su omnipresencia en los medios se ha convertido en el principal argumento de aquell@s que ejercen el derecho a la pataleta ante la saturación de ‘noticias’ relacionadas con el deporte rey en los espacios generalistas. Y el desembarco de personajes como Cristiano Ronaldo y José Mourinho en un escenario mediático milimétricamente preparado por Florentino Pérez les ha hecho un flaco favor.

Las urgencias de un Real Madrid ansioso por acabar con su sequía, unido a la genética maquiavélica (del presidente) y los dos portugueses han germinado en un cóctel molotov perfecto para los directores y editores ávidos de contenidos baratos y de consumo rápido para sus respectivos canales; acrecentando además los deseos de los ‘no futboleros’ por emigrar a las antípodas, allá donde lo más redondo que puedan tener a su alcance sea una calabaza.

Pero éste tampoco es su espacio: ni somos un medio generalista, ni las intenciones del que suscribe tampoco pasan por la escritura de relatos ‘fast food’. Aunque por una vez, lo ocurrido en una sala de prensa pueda inspirar la siguiente reflexión.

Más allá de los ríos de tinta generados a raíz de las declaraciones de Manolo Preciado en la previa de la visita del ‘Real de las Españas’ a un escenario “de provincias” –como tanto gusta decir en la capital- como El Molinón, el técnico del Sporting ha ejercido sin querer de José Mourinho.

Antes de nada, quiero proclamar públicamente mi admiración por Preciado, con el que tuve el placer de compartir unos minutos en los que más de una entrevista acabamos manteniendo una conversación de fútbol. Ningún otro técnico en Primera carga a sus espaldas con las cinco temporadas consecutivas que el del Astillero acumula ya en Gijón. Y ningún otro compañero ha sido capaz hasta la fecha de poner firme a un José Mourinho al que se le consiente todo –hasta reírle gracias como la provocación a los aficionados milanistas en San Siro- y que piensa que todo el monte es orégano con tal de ganar. El fin justifica los medios, sin duda. Y la respuesta de Preciado, sin duda le honra.

Por una parte, soy de los que piensan que la expulsión de Mourinho ante el Murcia fue provocada puesto que el portugués –que no es tonto- intuía lo que se le venía encima en su visita a Asturias. ¿Qué mejor que foguear semanas antes del Derby a los suyos con un ambiente hostil? ¿Y qué mejor que desviar la atención hacia su persona (treta muy habitual en él) para liberar de presión a sus jugadores?

En este sentido, e insisto, creo y quiero pensar que de forma involuntaria, Manolo Preciado también ha ejercido de José Mourinho. Hasta esta pasada semana, la credibilidad del cántabro en El Molinón atravesaba por su peor momento. Diez puntos en diez jornadas y un juego que -salvo ante el Sevilla- no había convencido a una afición que, olvidadas las penas motivadas por una década en Segunda con riesgo incluso de desaparición, se había acostumbrado al caviar, a pesar de seguir contando con uno de los presupuestos más austeros de la Liga. Pero los aficionados al fútbol (como también ocurre con la política) no tienen memoria. Y las pancartas en contra del técnico, los murmullos y las críticas al sistema eran tema de conversación hace un par de semanas en cualquier ‘chigre’ de la Costa Verde.

Pero, ¿y si Preciado no llega a haber respondido a la infame provocación de Mourinho? ¿Se imaginan un 0-2 favorable al Real Madrid al cuarto de hora? ¿Y una goleada final? A buen seguro, el bueno de Manolo habría sido el culpable de todos los males y quemado uno de sus últimos cartuchos para seguir sentándose al lado de Quini cada domingo. De ahí que, queriendo o sin querer, la jugada de responder a Mourinho no le haya salido del todo mal. Las ocho próximas jornadas, en las que los rojiblancos tendrán como rivales a equipos de ‘su Liga’ determinarán su futuro. Y si no llegan los resultados, nadie se acordará del día en que Preciado se convirtió en la voz del pueblo.

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